Se movía como una sombra, sigiloso y discreto. Si él no quería, no lo verían. Tenía una misión y nada lo detendría. Avanzó por el pasillo del palacio, sabía donde ir y en el primer cruce, giró. Fue a la derecha y empezó a subir las escaleras. Cuando iba por la mitad escuchó un ruido y cuando se volteó, vio a los guardias. Eran bastantes y tenían los medios suficientes para matarlo, o al menos eso pensaban ellos ya que el muchacho estaba solo y era muy joven. Pero a él eso no pareció preocuparle y desenvainó su espada. Sonrió y con actitud de suficiencia se plantó ante ellos. Los guardias estallaron a carcajadas y le dispararon, pero nada lo alcanzo, pues con su espada paro los disparos y empezó a bajar las escaleras.
“Maldición, ¿cuándo me vieron? Yo que quería pasar inadvertido- pensó.

-¿A qué esperas?-consiguió articular.
Edmun regreso a la realidad, soltó la daga y se estremeció pues era la primera vez que el corazón le latía tan fuerte. Se temía lo que le pasaba.
La princesa logro incorporarse y se alejo.
-¿Por qué no me matas?
-¿Y tú por qué no gritas? Soy así y, sin embargo ahí estas mirándome a través de esos ojos que tanto me aturden ¿con que, con pena o lástima?
-Con nada de eso.
-Pues dudo que puedas sentir algo más por mí.
-Estoy observando lo hermoso que eres.
-Sí, claro, yo hermoso, no alcanzo a ser ni tu sombra, además tu corazón es bello y el mío no.
-¿Y qué? También eres humano y por eso puedes cambiar. Yo te ayudaré.
-¿No te das cuenta que mi misión es matarte?
-Sí, lo sé-dijo mientras se inclinaba para besarle con delicadeza.
Edmun cerró los ojos y comprendió que no podría matarla porque la amaba. La empujó y se metió en su cama y ella lo abrazó con fuerza. Edmun le acarició la espalda y luego, lentamente, mientras no dejaban de besarse, fueron desvistiéndose.
Edmun se despertó sobresaltado y escuchó a su alrededor pero no se oía nada y luego se fijo en que no era su habitación así cuando la vio a su lado y le vinieron los recuerdos de la noche anterior, se sonrojó. Se levantó y vistió, y abandonó el cuarto dejando allí los recuerdos más felices de su vida.
Cuando llegó al centro de operaciones fue a ver a su comandante.
-¿Has fracasado?-grito-como te pudiste dejar manipular por una harpía como esa. Te utilizó y engañó para que la dejases marchar con vida y la creíste. Y yo que creía que eras el mejor y el menos compasivo, veo que me equivoqué. Ya ira otro a triunfar donde tú fracasaste.
-No, por favor, déjala vivir, no la mates.
-Jamás. Debe morir. Ahora vete, no quiero verte.
-Si, mi señor
“No dejare que la maten” y con ese pensamiento volvió a dirigirse al palacio.
Había mucho revuelo y de repente recordó los guardias que había matado, así que aprovecho la confusión para colarse. Cuando llegó al dormitorio llamó a la puerta y una voz que conocía muy bien le permitió el paso. Cuando entró la joven lo miró sorprendida pero luego frunció el ceño:
-¿Dónde te fuiste? Cuando desperté no estabas.
-No importa, ahora tienes que huir o te mataran, pues como yo fallé, enviaran a otro, y así hasta que te maten.
-Entonces, matame tú.
-¿Qué?
-Lo que escuchaste.
-Pero… ¡No puedo hacerlo!
-Por favor, hazlo. Prefiero morir en tus brazos que a manos de otro-dijo mientras recogía la daga que Edmun se había olvidado y se la tendió.
-No puedo hacerlo, te amo.
-Yo también, Edmun.
Edmun, tristemente cogió en brazos a Alice, su princesa, y la situó sobre su regazo en la cama y, tras un apasionado beso preguntó:
-¿Estás segura?
-Totalmente.
Edmun se inclinó y le clavó la daga en el pecho con los ojos llenos de lagrimas y luego, sin motivos para vivir se la clavó en su pecho con un “lo siento, te amo” en los labios.
Así, juntos, los encontraron; unidos para siempre.
Isabel Ballesteros. 1ºB
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