Se movía como una sombra, sigiloso y discreto. Si él no quería, no lo verían. Tenía una misión y nada lo detendría. Avanzó por el pasillo del palacio, sabía donde ir y en el primer cruce, giró. Fue a la derecha y empezó a subir las escaleras. Cuando iba por la mitad escuchó un ruido y cuando se volteó, vio a los guardias. Eran bastantes y tenían los medios suficientes para matarlo, o al menos eso pensaban ellos ya que el muchacho estaba solo y era muy joven. Pero a él eso no pareció preocuparle y desenvainó su espada. Sonrió y con actitud de suficiencia se plantó ante ellos. Los guardias estallaron a carcajadas y le dispararon, pero nada lo alcanzo, pues con su espada paro los disparos y empezó a bajar las escaleras.
“Maldición, ¿cuándo me vieron? Yo que quería pasar inadvertido- pensó.
Uno tras otro los guardias fueron cayendo a manos de su arma y cuando no quedaba nadie en pie echo a correr. En la segunda planta se dirigió a la habitación del fondo, la habitación en la que debía cumplir la misión. Se detuvo ante la enorme puerta y respiro profundamente. Las órdenes eran claras y ya lo había hecho miles de veces, pero por alguna razón, esa intuía que iba a ser diferente. Lentamente abrió la puerta y se deslizó dentro. La puerta se cerró sola y Edmun se apoyo en ella. Estaba nervioso pues era la primera vez que entraba en la habitación de una dama, además sabía que no era una dama cualquiera, esa era la princesa. Avanzó hasta la cama y cuando estuvo delante se quedo helado. Ante sus ojos estaba el ser más hermoso que jamás visto. Era una joven de cabello castaño claro y ondulado, facciones delicadas y una figura hermosa. Se inclinó y cogió su daga pero cuando coloc/óo el metal sobre el cuello de ella, ésta abrió los ojos. Edmun observo esos extraños ojos sin apartar la daga de su cuello. Eran de un aguamarino precioso y estaban llenos de delicadeza y terror. Ella no se movía y de sus ojos empezaban a brotar lágrimas mientras esperaba su fin.
-¿A qué esperas?-consiguió articular.
Edmun regreso a la realidad, soltó la daga y se estremeció pues era la primera vez que el corazón le latía tan fuerte. Se temía lo que le pasaba.
La princesa logro incorporarse y se alejo.
-¿Por qué no me matas?
-¿Y tú por qué no gritas? Soy así y, sin embargo ahí estas mirándome a través de esos ojos que tanto me aturden ¿con que, con pena o lástima?
-Con nada de eso.
-Pues dudo que puedas sentir algo más por mí.
-Estoy observando lo hermoso que eres.
-Sí, claro, yo hermoso, no alcanzo a ser ni tu sombra, además tu corazón es bello y el mío no.
-¿Y qué? También eres humano y por eso puedes cambiar. Yo te ayudaré.
-¿No te das cuenta que mi misión es matarte?
-Sí, lo sé-dijo mientras se inclinaba para besarle con delicadeza.
Edmun cerró los ojos y comprendió que no podría matarla porque la amaba. La empujó y se metió en su cama y ella lo abrazó con fuerza. Edmun le acarició la espalda y luego, lentamente, mientras no dejaban de besarse, fueron desvistiéndose.
Edmun se despertó sobresaltado y escuchó a su alrededor pero no se oía nada y luego se fijo en que no era su habitación así cuando la vio a su lado y le vinieron los recuerdos de la noche anterior, se sonrojó. Se levantó y vistió, y abandonó el cuarto dejando allí los recuerdos más felices de su vida.
Cuando llegó al centro de operaciones fue a ver a su comandante.
-¿Has fracasado?-grito-como te pudiste dejar manipular por una harpía como esa. Te utilizó y engañó para que la dejases marchar con vida y la creíste. Y yo que creía que eras el mejor y el menos compasivo, veo que me equivoqué. Ya ira otro a triunfar donde tú fracasaste.
-No, por favor, déjala vivir, no la mates.
-Jamás. Debe morir. Ahora vete, no quiero verte.
-Si, mi señor
“No dejare que la maten” y con ese pensamiento volvió a dirigirse al palacio.
Había mucho revuelo y de repente recordó los guardias que había matado, así que aprovecho la confusión para colarse. Cuando llegó al dormitorio llamó a la puerta y una voz que conocía muy bien le permitió el paso. Cuando entró la joven lo miró sorprendida pero luego frunció el ceño:
-¿Dónde te fuiste? Cuando desperté no estabas.
-No importa, ahora tienes que huir o te mataran, pues como yo fallé, enviaran a otro, y así hasta que te maten.
-Entonces, matame tú.
-¿Qué?
-Lo que escuchaste.
-Pero… ¡No puedo hacerlo!
-Por favor, hazlo. Prefiero morir en tus brazos que a manos de otro-dijo mientras recogía la daga que Edmun se había olvidado y se la tendió.
-No puedo hacerlo, te amo.
-Yo también, Edmun.
Edmun, tristemente cogió en brazos a Alice, su princesa, y la situó sobre su regazo en la cama y, tras un apasionado beso preguntó:
-¿Estás segura?
-Totalmente.
Edmun se inclinó y le clavó la daga en el pecho con los ojos llenos de lagrimas y luego, sin motivos para vivir se la clavó en su pecho con un “lo siento, te amo” en los labios.
Así, juntos, los encontraron; unidos para siempre.
Isabel Ballesteros. 1ºB
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